Turkmenistán, la dictadura más hermética del mundo, prohíbe internet, la barba y escuchar ópera

En Turkmenistán, una estatua de oro reluce bajo el sol del desierto, montada por un líder autoproclamado “Protector” que domina todos los aspectos de la vida nacional. No es ficción distópica. Es real. Es un país donde el presidente escribe poemas a los caballos, prohíbe las barbas y convierte su autobiografía en lectura obligatoria para sacar licencia de conducir.
Desde su independencia de la Unión Soviética en 1991, Turkmenistán ha sido escenario de una de las dictaduras más excéntricas y cerradas del mundo, dirigida por una sola familia. A lo largo de más de tres décadas, el poder ha pasado de padre a hijo sin elecciones libres, consolidando un régimen donde el culto al líder reemplazó toda forma de institucionalidad.
De Niyazov a Serdar: tres décadas de poder absoluto en Turkmenistán
En 1991, tras la caída de la Unión Soviética, Turkmenistán proclamó su independencia y colocó en el poder a Saparmurat Niyazov, exlíder del Partido Comunista local. No hubo transición democrática ni apertura institucional. Al contrario: Niyazov fundó un régimen unipersonal que transformó al país en un laboratorio de autoritarismo extremo. Se autoproclamó Türkmenba?y (Padre de los Turkmenos), eliminó la oposición y consolidó un sistema de partido único.
Según el informe del Think Tank CIDOB, durante 15 años, gobernó sin controles. Al morir en 2006, dejó un vacío que no duró mucho. En una maniobra irregular, el Consejo de Seguridad del Estado nombró como presidente interino a Gurbanguly Berdimuhamedow, ministro de Salud en ese momento. La Constitución, sin embargo, establecía que el cargo debía recaer en el presidente del Parlamento, Ovezgeldy Atáyev, quien fue arrestado inmediatamente bajo cargos fabricados.
Berdimuhamedow mantuvo el aparato represivo intacto, suavizando apenas algunas decisiones impopulares de su antecesor. En 2015, se consagró públicamente con una estatua ecuestre de oro en el centro de Asjabad, la capital, consolidando su poder. En 2022, anunció su retiro y el traspaso del mando a su hijo, Serdar, quien fue electo presidente en unos comicios sin observadores internacionales, con una participación oficial del 97 % y el 72,97 % de los votos, según la agencia estatal TDH.
El relevo dinástico no trajo cambios. La represión continúa, la censura sigue siendo total, y el régimen mantiene un control absoluto sobre la sociedad. Turkmenistán se convirtió en una monarquía hereditaria de facto, sin libertades, sin oposición, sin prensa independiente y sin contacto real con el exterior.