COVID-19

Los antivacunas: otra gran amenaza pandémica

La historia, definitivamente, no carece del sentido de la ironía. En el lejano año de 2019 —¿No sienten que la vida pre-covid ya forma parte de un pasado remoto? —la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó a los movimientos anti vacuna dentro de la lista de las diez mayores amenazas globales contra la salud pública. No sabía la entidad que tan solo meses después la declaración cobraría más vigencia que nunca.

La pandemia de covid-19 ha sido el gran renacimiento para los movimientos negacionistas de los fármacos. Con el mismo marco anticientífico y nuevos elementos anecdóticos que dan contexto, en distintas partes del mundo estos colectivos se hacen escuchar para difundir información basada en teorías conspirativas que mezclan ética, ciencia, política y distopía. Y aunque su influencia es limitada, a cuentagotas han ido creciendo e infiltrando espacios por su capacidad de mimetización.

Hoy, con el recurso de las redes sociales que dan voz sin necesidad de intermediarios, esta narrativa, cual pandemia paralela, se propaga y erige como una verdadera amenaza frente a la solución definitiva de una enfermedad que ya suma casi tres millones de pérdidas humanas a nivel global. Naveguemos brevemente por el mar oscurantista de la no-ciencia.

Más antiguos que las vacunas

El filósofo francés Voltaire objetó a los antivacunas incluso antes de la existencia de las vacunas propiamente dichas.

Suena a oxímoron, pero la historia del discurso anti vacuna es más antigua que las vacunas mismas. La prueba es el filósofo francés Voltaire (1694-1778), quien no vivió para ver con sus ojos la primera vacuna formulada por la humanidad, pero sí escribió para fustigar a quienes se oponían a la lógica científica que sustenta su aplicación.

Recordemos que la primera experiencia de inmunización tal como la conocemos hoy vino con los ensayos del inglés Edward Jenner (1749-1823), quien a finales del siglo XVIII logró un suero eficaz para prevenir la viruela.

Aunque esta es la primera vacuna propiamente dicha, antes, por generaciones, en distintos pueblos y culturas —sobre todo no-occidentales—, la inoculación artificial de enfermedades en versión recesiva para prevenir los efectos mortales de las mismas en versión agresiva era una costumbre común. Esta costumbre, al ser descubierta por Europa, contó con diferentes niveles de recepción. Para algunos era una práctica de bárbaros y para otros la panacea. 

Voltaire (1694-1778), en su undécima carta filosófica “Sobre la inserción de la viruela”, da cuenta del debate primigenio. En el texto, el filósofo relata la disputa entre los ingleses, que defienden la inoculación venida de oriente, y los franceses, que la desprecian. Tomemos en cuenta que tal como el propio filósofo menciona, era una época en la cual una quinta parte de los seres humanos perdía la vida a causa del mismo.

Señala la carta: “Se dice en voz baja, en la Europa cristiana, que los ingleses son locos rabiosos: locos, porque dan la viruela a sus hijos, para impedirles tenerla; rabiosos porque comunican alegremente a esos niños una enfermedad cierta y espantosa con vistas a prevenir un mal incierto. Los ingleses, por su lado, dicen: «Los otros europeos son cobardes y desnaturalizados: son cobardes porque temen hacer un poco de daño a sus hijos; y desnaturalizados, porque les exponen a morir un día de viruela»”.

Y en ese contexto, a su propio país, que se opone a este recurso, le dice: “Si alguna embajadora francesa hubiese traído ese secreto de Constantinopla a París, hubiera prestado un servicio eterno a la nación; (…) veinte mil personas, muertas en París de viruela en 1723 vivirían todavía. ¡Entonces, qué! ¿Es que los franceses no aman la vida? ¿Es que sus mujeres no se preocupan de su belleza? ¡En verdad, somos gente extraña! Quizá dentro de diez años se adoptará este método inglés, si los curas y los médicos lo permiten”.

Décadas más adelante, al conocerse y expandirse el descubrimiento de Jenner, el debate se fotocopió pero a nivel colectivo. Por toda Europa se instalaron comités para negarse a la vacuna, alegando teorías basadas en creencias religiosas o en prejuicios de clase. Afortunadamente la vacunación pudo expandirse poco a poco al ir dando pruebas irrefutables de su efectividad, y casi dos siglos después la viruela, primera enfermedad contra la cual la humanidad se vacuna, fue también la primera enfermedad oficialmente erradicada del planeta.

Es bueno subrayar que Venezuela tuvo su versión local de esta diatriba, tanto con opositores a la vacunación como con grupos que antes que inocularse por médicos prefirieron entregarse a las manos de curanderos o estafadores.

No obstante, está registrado tanto en la literatura médica como en las crónicas de la época, que la población nacional mostró en su mayoría un gran entusiasmo e interés por la inmunización ordenada por España (mismo país que en su invasión trajo la enfermedad). 

De hecho, cuando en marzo de 1804 tocó tierra en Puerto Cabello el barco con los “niños vacunas” (Veáse en la web de Últimas Noticias nuestro trabajo anterior 6 huérfanos españoles fueron las “vacunas humanas” que salvaron a Venezuela de su primera pandemia) la población local se apresuró a poner a disposición 28 niños venezolanos que colaboraron con la diseminación del material biológico, y en general la campaña se llevó a cabo con éxito gracias al entusiasmo y la colaboración de la gran mayoría de la población.

Del autismo a los nanochips

La reticencia a los fármacos inmunizadores ha estado presente desde entonces, quizá con el mismo sentimiento visceral con el que otros grupos del lado opuesto de la acera reclaman a la ciencia y a los gobernantes el desarrollo de vacunas para enfermedades que aún no tienen cura.

Muchos de los seguidores de Donald Trump adversan la vacunación contra la covid-19.

Con la vida moderna y la arremetida cada vez más feroz de las trasnacionales, algunos grupos que respaldan esta narrativa se valen de las dudas razonables que pesan sobre la industria farmacéutica y la mercantilización de la salud a nivel global. Empero, esa historia que tiene mucho de verdad, es mezclada con teorías que tienen mucho de falaz y que carecen de argumentación científica, lo que contamina todo el coctel narrativo. 

A finales del siglo XX ocurrió un gran momento de auge para los negacionistas de las vacunas. La prestigiosa revista médica inglesa The Lancet publicó en 1998 un estudio que ponía en duda la vacuna triple MMR contra el sarampión, la rubeola y las paperas, alegando que causaba autismo. El artículo fue rápidamente refutado por médicos e investigadores en todo el mundo, se puso en tela de juicio su metodología, su pequeña muestra de apenas ocho niños, y naturalmente resultados, al punto de que en 2004 la publicación eliminó el texto de sus archivos y se retractó. Y al autor le fue retirada su licencia médica.

Pero el mal estaba hecho. La teoría de que ese fármaco, que se le administra prácticamente a todos los niños del mundo, causa autismo, se diseminó de tal manera que aún hoy muchas personas lo toman como cierto. De hecho, en Francia, por ejemplo, hoy el 33 por ciento de la población se niega a vacunar a sus hijos, y en Rusia el 24 por cuento toma la misma decisión. Y los resultados son palpables: en 2019 aumentó en un 300 por ciento la incidencia del sarampión en comparación con el año anterior, según datos de la Universidad de California.

Los argumentos de los grupos antivacunas toman su arraigo de varias hipótesis. Algunas, como dijimos antes, vienen de razonamientos políticos contra el Big Pharma —argumentos para nada falaces, pero sí sacados de contexto—; y otros grupos dan protagonismo a eventuales efectos secundarios fatales. 

En el caso de la covid-19, la teoría conspirativa mayoritaria (o al menos más mediatizada) mezcla tecnología con política y maquiavelismo, y lo peor es que su origen viene de grupos de extrema derecha, entre ellos los archiconocidos QAnon (para más señas, los fanáticos de Donald Trump que asaltaron el Capitolio en Washington el pasado mes de enero).

El grupo de extrema derecha QAnon es uno de los que impulsa la ideología antivacuna en el marco de la pandemia.

Según este grupo, la vacuna contra la covid-19 (sea la de Pfizer, sea la rusa, sea la cubana…) solo servirá para inocular en cada cuerpo un nanochip que contribuirá al control de la población y por tanto, del planeta. Y, de acuerdo con las mismas fuentes, detrás de este gran plan estaría el multimillonario Bill Gates, fundador de Microsoft, por cierto, efectivamente, uno de los financistas de la controversial vacuna de Oxford-AstraZeneca.

Suena a película distópica, pero, así como hay terraplanistas que en pleno siglo XXI niegan que la Tierra sea redonda y que exista la gravedad, no es poca la gente en la que ha calado esa historia. Para probarlo hay miles de grupos en Facebook, en Twitter, en Telegram, en YouTube y en muchas otras plataformas, en todos los idiomas y de todo tipo, que defienden y ahondan en esta teoría.

Mencionábamos al principio la capacidad de mimetización de los antivacuna. En efecto, temas que son comunes a muchas ideologías como la narrativa contra el modelo capitalista de la práctica médica, el llamado a volver a una vida más natural o las teorías sobre el control mundial por parte de los poderosos calan en muchas agrupaciones así que no es tan difícil lograr la empatía.

Inmunidad del rebaño

El problema con los antivacuna es que promover la no vacunación no solo afecta a quien toma una decisión personal sino a todo el colectivo a su alrededor, por eso muchos países a lo largo del último siglo impusieron la vacunación de los niños como obligatoria, y hoy también toman medidas parecidas con relación a la inmunización contra el coronavirus.

Normativas como el “pasaporte verde” impulsado por la Unión Europea van en esa dirección. Incluso hay territorios que manejan imponer la vacuna como obligación, por ejemplo, la región española de Galicia, en donde ya es un hecho. La Xunta de Galicia ha publicado este viernes en su Diario Oficial la reforma de la ley de Salud por la que se establecen sanciones administrativas y económicas a quienes incumplan la cuarentena domiciliaria, no hagan buen usa de la mascarilla o a quienes se nieguen a administrarse la vacuna contra el Covid-19. Estas sanciones podrán alcanzar los 600.000 euros.

Otras entidades que han tomado medidas son las grandes compañías tecnológicas, que se han aliado para limpiar sus catálogos de contenido anti vacuna que pueda confundir a las personas sobre la importancia de la inmunización y sobre la responsabilidad colectiva que implican.

Los antivacuna pueden hacer ver a primera vista que quienes los adversan se ponen de lado de las grandes corporaciones y en general de los poderosos, pero nada más lejos de la realidad. Por el contrario, darle la espalda a la ciencia es negar los grandes progresos que han garantizado la superviviencia humana y que han elevado la esperanza de vida exponencialmente en los últimos tres siglos. 

Agencia

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