Refugios clausurados y vidas en riesgo, el drama de los venezolanos en Chicago

“Hermano, ¿tú sabes dónde queda el refugio?”. Enrique González, de 29 años, empuja una maleta de rueditas y sostiene una bandera de Venezuela con las manos agarrotadas, mientras apura el paso y guía una expedición junto a su hermano José y otros dos compatriotas para encontrar un sitio donde dormir. El termómetro marca cuatro grados bajo cero en Chicago.
El grupo pasó la noche en una estación de policía, pero les dijeron que solo podían quedarse por unas horas y después tendrían que buscarse la vida. Encontrar un techo, aunque sea de forma temporal, es crucial. La tierra prometida está un par de calles más adelante.
El albergue del barrio de Pilsen es un viejo edificio de ladrillos, con seis plantas y la entrada cubierta de lámina gris. Es el más grande de la ciudad. Más de 2.300 personas llegaron a vivir ahí en el pico de la crisis migratoria, pero esta semana solo tiene capacidad para 200. “Está todo full, es lo último que nos queda”, cuenta González, mientras se aferra a sus cosas y al buen humor para mantener intactas sus esperanzas.