¿Qué causa la inflamación crónica y cómo se puede controlar?
La inflamación crónica es uno de esos enemigos silenciosos de la salud. Muchas veces cursa sin que la persona afectada se percate de ello, hasta que es tarde.
Cuando hay un elemento que causa una agresión al organismo, el sistema inmunitario se activa y provoca inflamación. El objetivo es frenar el avance del daño. Luego viene una etapa en la que se restaura el tejido que fue agredido y se eliminan los residuos del proceso.
Sin embargo, hay ocasiones en las que la inflamación persiste en el tiempo. Es como si el organismo siguiera en estado de alerta constante. Deja de servir al propósito reparador y se vuelve dañina. A eso se le denomina inflamación crónica y es un factor que abona el terreno para que aparezcan diversas enfermedades.
¿Cuáles son sus síntomas?
Un aspecto problemático es que afecta a varios tejidos a la vez. Hay alteraciones complejas del metabolismo celular y los signos son varios de los siguientes:
Fatiga continua.
Ansiedad, depresión y trastornos del estado de ánimo.
Insomnio.
Dificultades gastrointestinales: diarrea, estreñimiento, reflujo gástrico, úlceras en la boca.
Aumento de peso.
Infecciones frecuentes y fiebre.
Dolor abdominal, en el pecho o en otras partes del cuerpo.
Estos síntomas varían de leves a severos y pueden mantenerse por varios meses o inclusive años.
Principales causas de la inflamación crónica
La inflamación crónica puede aparecer como efecto de alguna de las siguientes circunstancias:
Infecciones víricas o microbianas persistentes.
Exposición prolongada a agentes tóxicos.
Enfermedades autoinmunes.
De otro lado, los factores proinflamatorios o que facilitan los procesos de este tipo son los siguientes:
Estilo de vida sedentario.
Obesidad: la grasa corporal, en especial la del abdomen, genera citoquinas inflamatorias. Estas afectan a todo el organismo y no provocan síntomas precisos.
Diabetes: la inflamación crónica favorece la diabetes y esta, a su vez, facilita la inflamación crónica.
Dieta hipercalórica: la alimentación con exceso de calorías y grasas saturadas, así como con carbohidratos refinados, incrementa el riesgo de inflamación crónica.
Tabaquismo y alcoholismo.
Estrés físico y psicológico.
Edad: entre más avanzada la edad, más riesgo de desarrollar inflamación crónica.
Algunos medicamentos.
Posibles complicaciones de la inflamación crónica y efectos sobre el cuerpo
Hay varias enfermedades graves asociadas con la inflamación crónica, como el cáncer, las cardiopatías, la artritis reumatoide, el asma y las patologías neurodegenerativas, como el alzhéimer.
Problemas de equilibrio
Este tipo de inflamación lleva a que se desarrollen enfermedades inflamatorias crónicas. En estas, el organismo reacciona de forma exagerada y ataca al propio cuerpo.
Algunas veces, el ataque se produce a las cubiertas de los nervios (mielina) y esto dificulta el paso de las señales nerviosas. En consecuencia, hay mareo o desequilibrio, en especial al caminar.
Resistencia a la insulina
La inflamación crónica puede reducir la eficacia de la insulina. Esto lleva a que se eleven los niveles de azúcar en la sangre y, en consecuencia, haya un daño en vasos sanguíneos y nervios. Así mismo, es posible que se desarrolle diabetes.
Debilidad muscular
Los músculos se inflaman y esto conduce a una descomposición de la fibra muscular. Lo usual es que sea un proceso lento que afecta en especial el torso, las caderas y los hombros.
Es posible que la debilidad muscular impida realizar tareas cotidianas simples, como bañarse, tragar o caminar.
Enfermedad inflamatoria intestinal
Comprende la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. Ambas obedecen a una respuesta exagerada del sistema inmune y el resultado es una inflamación del colon y del intestino delgado.
La consecuencia sintomatológica es la diarrea frecuente y, algunas veces, náuseas, erupciones cutáneas, fiebre y dolor en las articulaciones.
Espondilitis anquilosante
Esta es una forma crónica de artritis que afecta principalmente a los huesos que están la base de la columna vertebral. A veces también actúa sobre cuello, pecho, caderas o rodillas. Hay dolor y rigidez, y en los casos más graves se presenta dificultad para moverse.
Fatiga crónica
Este es uno de los signos típicos de la inflamación crónica. Está presente en enfermedades como la fibromialgia, la esclerosis múltiple, el lupus y la artritis reumatoide.
Livedo reticularis
Esta es una afección vascular que lleva a que la piel se vea morada y moteada. El aspecto es similar al de un encaje. Lo más habitual es que aparezca en brazos y piernas y que empeore cuando hace frío. En algunas ocasiones también se presentan nódulos o llagas.
Arteriosclerosis
La inflamación crónica favorece el endurecimiento de las arterias. Esto se debe a la acumulación de placas de grasa en las paredes vasculares. Esta condición es factor de riesgo para sufrir un ataque cardíaco y un accidente cerebrovascular.
Coagulación de la sangre
Algunas enfermedades derivadas de la inflamación crónica pueden provocar hipercoagulación, es decir que la sangre se coagule en demasía o lo haga ante estímulos mínimos. Esto incrementa el riesgo de embolia pulmonar, ataque cardiaco y accidente cerebrovascular.
Ojo seco y síndrome de Sjögren
El ojo seco es un efecto muy frecuente de la inflamación crónica. Así mismo, puede aparecer el síndrome de Sjögren que provoca sequedad en los ojos, nariz y garganta e inflamación en las glándulas salivales. En los casos severos hay pérdida de visión y alteraciones dentales.
Problemas cerebrales
Existen indicios de que la inflamación crónica favorece el desarrollo de la enfermedad de alzhéimer y otras demencias. Esto afecta, en especial, a las personas mayores. Así mismo, puede haber problemas de memoria y dificultad para pensar.
Prevención de la inflamación crónica
Evitar algunos alimentos: en concreto las margarinas, las mantequillas, el aceite de girasol, de maíz y refinado, el azúcar añadido, el pan blanco, la bollería industrial y los refrescos.
Reducir las calorías: implica una dieta baja en calorías y un equilibrio entre el consumo y el gasto energético.
Elegir las grasas: debe haber relación entre las grasas poliinsaturadas omega 3 y las grasas saturadas con ácidos antiinflamatorios, como el ácido láurico del aceite de coco.
Cuidar la flora intestinal: se logra con el consumo de alimentos fermentados y ricos en fibras solubles e insolubles.
Tomar suplementos: hay muchos, pero se destacan la quercetina, la boswellia, la cúrcuma, el aceite de pescado y el magnesio.
Practicar ayuno intermitente: ha demostrado ser eficaz para reducir la inflamación crónica.
Realizar actividad física regular.
Mantener patrones de sueño suficientes.
Controlar el estrés.
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